“La observación del mundo social a través de los fenómenos sonoros pone al descubierto múltiples procesos de orden cognitivo e interaccional. Las sensaciones auditivas están implicadas, desde antes de nuestro nacimiento y a lo largo de la vida, en los mecanismos mediante los cuales adquirimos conciencia de nosotros mismos y nos vinculamos con los demás.”  (Ruiz, 2015) 

Los encuentros de los niños y niñas con el sonido inician hacia la semana 24 de gestación, momento en el que el oído del bebé está desarrollado. En el vientre, el latido del corazón de la madre y el sonido de los órganos vitales resultan ser el encuentro sonoro más cercano del bebé, por lo que al nacer, el abrazo y el arrullo lo conectan de nuevo con un lugar de afecto y calidez. Desde entonces, los vínculos que se tejen entre los sonidos del ambiente, el canto para apaciguar el llanto, los movimientos del cuerpo y las melodías que acompañan el arrullo y el sueño, resultan fundamentales para los niños y niñas en:

• El fortalecimiento de los vínculos afectivos con familiares y cuidadores.
• El desarrollo de la lengua materna y formas de comunicación particulares en la vida familiar.
• La construcción de la identidad en un ambiente de disfrute de la diversidad de ritmos, tonadas, instrumentos, formas de cantar y bailar en cada territorio. 
• La exploración del entorno mediante el “contacto con sus elementos – los sonidos de la naturaleza y sus objetos sonoros: las piedras cuando chocan, el fluir del río, los sonidos de los animales, cuando el viento golpea las ramas de los árboles –, a través del juego con todos los sonidos” (Wolf, 1994). 
• La potenciación de la comunicación a través del cuerpo y sus expresiones (Min Cultura, 2016). 
• La imaginación, pues, los sonidos evocan sensaciones y permiten crear nuevos universos y narrativas desde los diferentes lenguajes expresivos. 
• La comprensión del otro y sus sentimientos, y de sí mismo y las formas de pertenecer y compartir en una comunidad (Wolf, 1994). 

“La escucha para los pueblos siempre ha sido fundamental; lo primero que les enseñan a los niños indígenas es a escuchar y a comprender lo que se dice, pero también son arrullados por las voces de las abuelas, los ríos, los lagos, las nubes y las montañas, así como de las aves que traen mensajes en sus aleteos y de la brisa que pasa y cuenta historias sobre cómo el viento se encuentra con las hojas de un árbol y lo hace producir sonoridades diversas. Este es el camino de la escucha, pero también de como esos sonidos nos hacen decir, desde la escucha profunda, los mensajes que la naturaleza trae. Por eso las tareas son escuchar los paisajes sonoros, los arrullos, los cantos y las historias, entender qué nos dicen y crear nuevos cantos para hacerlos oír”. (Agudelo, Pacanchique, Lopez, & Leon, 2014) 

Así, propiciar espacios para la escucha da lugar a que los niños y las niñas reconozcan en el sonido y las palabras sus costumbres, valores, expresiones y maneras de relacionarse con su familia, su lengua y su cultura. Además, se despliegan caminos en los que se exploran sentimientos y emociones, al abrirse al otro y permitir que el sonido nos conecte con otras formas de expresar. Así emprendemos un viaje hacia otros mundos sonoros, con los sentidos dispuestos para tejer emociones y pensamientos mientras se escuchan historias, recuerdos y preguntas que nos hacemos mientras suena la vida en el mundo. ¿Se ha preguntado por los viajes que emprendemos a través del sonido? Si cierra los ojos en este momento, ¿qué sonidos percibe? Elija un sonido en especial, el carro que pasa por la calle, el pájaro que canta a lo lejos, el zancudo en busca de comida, ¿qué le dice ese sonido? 

Al escuchar reconstruimos lo que somos desde las emociones y recuerdos para expresar lo que nos comunica el sonido. Los paisajes sonoros, relatos, cantos y arrullos en De agua, viento y verdor participan en la construcción de las identidades de los niños y las niñas cuando desde las voces de otros, desde los lugares desconocidos y las melodías, es posible percibir el entorno y rodearse de significados desde la gestación, momento a partir del cual se transmite información afectiva que brinda abrigo en una cultura y confianza por pertenecer a una familia. Compartimos y celebramos con familias, cuidadores, comunidades y agentes educativos la posibilidad de escuchar atenta y profundamente, por ejemplo, la palabra de consejo de los Totoroez sobre cómo se hace una casa (ICBF, 2016, disco 1, pistas 21-24), el canto de las aves en la Sierra Nevada de Santa Marta (ICBF, 2018, discos 4 y 5), los pasos de animales entre los Embera Chamí (ICBF, 2014, disco 3, pista 1), tal y como desde el vientre, el sonido del corazón de nuestra madre hacía eco en nuestros oídos. 

Las maneras de contar, aconsejar o arrullar son múltiples, según el lugar, las personas y las tradiciones. En De agua, viento y verdor las comunidades indígenas nos han compartido sus maneras de cantar a los niños y niñas. Aun cuando en gran parte de ellas, la palabra arrullo no es familiar, indagamos por las tonadas, melodías o canciones que se comparten antes de dormir o para apaciguar el llanto de los bebés. Así, existen comunidades indígenas en las que se arrulla a los bebés con canto, es decir, con palabras y melodías: es el caso de los Kamëntsá, los Sáliba, los Bora, Yukuna, los Kokama o los Kakua; otras comparten canciones especiales en el vientre como los Wiwa de la Sierra nevada de Santa Marta, algunas tienen melodías y tonadas que comparten desde el vientre y a lo largo de la vida; y otras comparten relatos con los niños y niñas antes de dormir. Hay también bebés que son soñados y pensados antes de nacer y se les canta y habla mucho antes de abrir los ojos en el mundo. 

Aun con la diversidad que nos presenta cantar, contar y arrullar en el llano, la montaña, el valle o la selva, existe un elemento común para todas las comunidades indígenas, afro, ROM, palenqueras, raizales o mestizas: el cuidado del papá, la mamá, la familia y la comunidad (mamu, payé, jaibaná o abuelo). La familia y la comunidad son las primeras voces que acompañan la primera infancia e inician el tejido de los lazos afectivos, identitarios y culturales con los niños y niñas desde la gestación. De cualquier modo, el afecto que se transmite en la voz de las familias y cuidadores en la primera infancia conecta a los niños y niñas desde la cotidianidad de la casa o el lugar de cuidado con el lugar de origen, el descubrimiento del mundo y la cultura. 

“La sonoridad puede crear espacios donde los niños, con la ayuda de sus familiares, cuidadores y maestros, enlazan nuevas identidades que se combinan con sus primeros lenguajes y culturas con aquellos lenguajes y culturas de sus pares”. 
Dennie Palmer Wolf.

¿Cómo podríamos vincular a esta escucha las relaciones entre los animales y los niños y las niñas de nuestra comunidad? ¿De qué manera esto contribuye con la participación de los niños y las niñas y la construcción de significados de su entorno? ¿Cuál es el camino para generar encuentros interculturales en los que dialoguen distintas formas de ver, escuchar y entender el mundo desde el sonido? 

En este abanico de posibilidades de escuchar y expresar, el viaje por el sonido en De agua, viento y verdor es un camino de idas y regresos. Escuchamos los mundos sonoros de las comunidades indígenas y encontramos en ellos formas de significar y expresar porque ponemos nuestros sentimientos y emociones y los conectamos con los sonidos propios, de nuestro medio. En este vaivén caminamos por la diversidad, abrimos el corazón y el oído a otras formas de hablar y expresar desde el canto y los paisajes de la naturaleza. Es momento entonces de escuchar y darle un momento al silencio de nuestros pensamientos, sin prejuicios o únicas respuestas. Solo así podremos invitar a otros, los niños, niñas, familias y cuidadores a escuchar, sentir y compartir la vida desde los saberes de las comunidades indígenas, su lengua y su cultura. 

En este sentido, escuchar se convierte en una de las acciones centrales dentro de este viaje. En el primer módulo veíamos cómo compartir con otros en nuestras múltiples maneras de hacer, hablar y sentir nos convoca al intercambio y construcción colectiva. En este segundo apartado, la escucha de los elementos sonoros de la naturaleza, sus objetos y personas nos conectan con la identidad propia de nuestras comunidades, de otras comunidades; nos evoca sensaciones y emociones; nos invita a la creación de nuevos sonidos e historias.