Los sonidos nos conectan con nuestro entorno desde el vientre. Antes de nacer ya hemos escuchado el corazón de nuestra madre, los sonidos de su cuerpo, los pasos de las personas y animales; el sonido del viento meciéndose entre los árboles, los nombres, los lugares, los sonidos del día y la noche. Escuchamos las voces de nuestra familia pronunciando palabras en la que será nuestra lengua materna. En los primeros años de vida llegan el canto y los arrullos; con ellos los refranes, historias o dichos en forma de consejo. Luego, la música y el sonido están presenten en los balbuceos de alguna tonada o ritmo; en los aplausos que acompañan las canciones y juegos de la infancia; en el baile cuando familias y cuidadores acompañamos a los niños y niñas con melodías y movimientos corporales. 

Todo cuanto escuchamos desde la gestación nos acerca a la lengua y la cultura, a los modos de expresión de emociones y pensamientos a lo largo de la vida. Partimos entonces de la escucha como motor para la construcción de identidades individuales y colectivas en el entendimiento de los otros y sus modos de expresar y sentir los objetos, los animales, las personas o los lugares. 

Al igual que cuando nos permitimos abrir el camino al diálogo con ese otro que no soy yo, con el que puedo escuchar, conversar y expresar, al darle un lugar a la escucha, con los sonidos de las aves, los cantos susurrados o fuertes; las tonadas en voces de mujeres, niñas o niños; las palabras que nombran el mundo, los relatos, las canciones y los arrullos, damos paso a conocer y expresar los mundos sonoros. 

Así, los mundos sonoros son:
“todas aquellas expresiones del sonido que se consideran propias, ya sea porque nosotros las producimos o porque son una voz colectiva de la cual nos sentimos parte; esta identificación también engendra la diferencia, es decir, el reconocimiento de un mundo sonoro que es ajeno al nuestro y con el cual también nos vinculamos” 
Schafer (1970). 

Por ello, promover espacios para la exploración de las manifestaciones sonoras propias desde la gestación y su interacción con otras, pone a familias, cuidadores y agentes educativos cerca de una escucha profunda hacia los relatos, las canciones, los arrullos y los paisajes sonoros, bajo un principio de afecto y el cuidado por la cultura y las experiencias que alimentan el desarrollo en la primera infancia.