Vivimos y habitamos una lengua, pues mediante ella nos comunicamos, en ella pensamos y con ella construimos mundo e intercambiamos palabras, saberes, formas de sentir y de vivir. La lengua posibilita el diálogo, los acuerdos y los disensos con otras personas en nuestra casa, en el barrio o en nuestra región. Expresión profunda del espíritu de un pueblo, nos diferencia de los otros, nos permite mirar, con diferentes matices, la vida, el mundo.
A través de los arrullos, la lengua materna comunica a los niños los más cercanos afectos, las primeras emociones; por tanto, desata todas las posibilidades de relación consigo mismo, con los demás y con el entorno, de manera profunda, a través del vínculo amoroso.
En consecuencia, cuando se deja morir una lengua se pierde su historia, su cultura y los saberes que en ella anidan; es decir, se cierra una manera de ver y de sentir el mundo, con todas las posibilidades de saber que ella contiene. Muchos de los saberes botánicos, biológicos, ecológicos y territoriales, así como las formas de percibir y de expresarse, están ligados a las lenguas maternas. Su vitalidad enriquece las miradas que tenemos de la vida y del planeta. Su ocaso implica la desaparición de la experiencia colectiva, de la inteligencia para aprender y desenvolverse de una manera específica en un lugar.
Invitación
Antes de empezar, ten presente que en los pueblos indígenas la persona que cuenta las historias no solo es un narrador, también es quien, a partir de su voz, sus palabras y gestos, logra que quienes le escuchan con el corazón se transporten y habiten la historia tradicional contada. Desde su narración permite vivir la historia y sentir las formas, acciones, animales, objetos, personajes, olores, colores y sabores de lo contado. El narrador hace que las personas hagan parte del relato; por eso es un reanudar el pasado actualizado en el presente.
● Escoge uno de los relatos contenidos en De agua, viento y verdor, el que quieras. Léelo frente a los niños.
● Siente la libertad de soñar y de contar la historia, cambia los paisajes y los animales por los propios de tu región o de tu territorio, haz que la historia suene, que los paisajes de la historia huelan y suenen. No lo olvides, tenlo en la mente y en el corazón: esto es palabra de consejo, palabra bonita para endulzar el corazón de las personas.
● Por eso, que suenen y sueñen las historias y las palabras, que los ríos suenen a carros o a viento entre montañas, narra con libertad, lee soñando y haz que las personas sueñen e imaginen cuando escuchan, que ellos son la historia y lo narrado. Llévalos por la historia, ponle nueva música al relato. Ingresa un nuevo paisaje sonoro para contar: puedes cantar y silbar, ser felino y pájaro y río y montaña.
● Invita a los escuchas a leer partes del relato en tono dramático o a que inventen la historia y colaboren haciendo sentir el viento, por ejemplo. Deja que se sienta el viento frío de la montaña o el calor salino de la mar, permite que los niños ayuden a relatar.