En los pueblos tradicionales, el idioma, como aliento vital del universo en la persona, es ese modo particular de ser, de vivir y de nombrar que nos fue dada, la manera en que llamamos y nos relacionamos con la vida. Sus palabras y sonoridades, como las de todas las personas y los pueblos, provienen de antaño, de una forma muy antigua de ser que se fundamentaba en el respeto por todas las expresiones de vida, pues cada minúscula parte del cosmos vive:
Hace mucho tiempo las estrellas cayeron a la tierra y se convirtieron en hombres. (…) (uno de ellos) encontró el rastro de una gran fogata, ya sin fuerza, y la prendió nuevamente para regresar al cielo, pero su humo ya no fue suficiente. Sus compañeros se habían ido. (…) encontró a una mujer con la cual formó una gran familia a la que le enseñó el lenguaje de las estrellas. La estrella convertida en hombre trajo la lengua Kamëntšá y por eso es única” (ICBF, 2014, p. 21).
Por consiguiente, es necesario entender que, a pesar de nuestras diferencias, la palabra cantada, dialogada, es el camino recorrido por los ancestros, que en ella han recogido sus experiencias de vida, sus saberes y sus maneras de vivir, y la han compartido con nosotros para que aprendamos su consejo.
Son voces que nos complementan, la voz del otro siempre es complemento de alegría y por eso se debe escuchar.