Cuando llega el momento de alumbrar, el saikúa reza al bebé para que nazca sano; le da agua de ‘malagueto’ rezada a su madre, aplica el conjuro al padre y reza el chinchorro también.  El nacimiento lo pueden atender la partera, el esposo o incluso la gente del puesto de salud. 
Lo importante viene justo después: los padres del bebé no han de salir de su hogar si antes no han reconocido a la Madre Tierra el beneficio de haber traído al mundo un nuevo espíritu. Si no lo hicieran romperían el equilibrio de la naturaleza y atraerían el mal para sí mismos y para su comunidad. 
Además, el saikúa le aplica al bebé hierba de jarilla y lo reza a él y a su mamá para impedir que los animales y las enfermedades los dañen. Si esto no ocurre, y a la mujer no la rezan ni el saikúa ni su esposo, ella debe abstenerse de ir al río o al caño a bañarse o a lavar los pañales, pues le puede dar mal de agua porque la madre de agua aborrece a las mujeres que acaban de parir y a los recién nacidos. Por ello el esposo va al caño y trae agua fresca para que ella lave, cocine y se prepare bebidas que la limpien como las aguas de concha de alcornoco, de chaparro o de malagueto. Además de estas infusiones herbales, que toma tibias, ella hace dieta: evita beber líquidos fríos y comer pescado o animales provenientes del agua si antes sus carnes no han sido rezadas. También es con un rezo que al bebé le ponen caraña, la resina de un árbol, para alejar a los malos espíritus. Así preparados ambos, ella empieza a alimentarlo: tradicionalmente, solo con su leche en los primeros cinco o seis meses, aunque desde hace poco también se acostumbra dar tetero a los bebés. 
Cuando por primera vez se va a dar a un bebé algún tipo de carne es preciso rezarla, sobre todo si es de pescado o de otro animal que venga del agua, para que sus espíritus no lo molesten con diarreas y otras enfermedades.