Cuando nace un niño, sus padres ponen el ombligo que se cae sobre el polvo de los huesos de una iguana verde, para que sea un buen agricultor y sus cosechas sean abundantes. Si su padre tiene algún amuleto para atraer el amor, lo frota en su ombligo para que de adulto tenga suerte con las mujeres. 
Al comienzo los bebés permanecen en una hamaca que su madre mece y donde le ofrece uno de sus primeros juegos: cuelga encima de ella una cabuya a la que ata un ramo de fores o una fruta; el bebé trata de cogerla y entonces las flores o la fruta se mecen y el bebé se entretiene mientras está solo. Aunque no lo está por mucho tiempo, pues su madre y sus hermanos están pendientes de él o de ella. 
Cuando crece y se puede voltear, le llevan a dormir al suelo, con su mamá, para evitar que caiga de la hamaca y se golpee. Hasta que concluye su primera dentición, el bebé, sea niño o niña, será el centro de atención de todos en casa: el primero en comer, el que no es castigado, el que irá en la espalda de su madre al cultivo cercano a la casa o el que permanecerá con sus hermanos mayores para que lo cuiden con paciencia.