Durante el nacimiento, las sagas recogen el primer líquido que la mamá expulsa y guardan parte del cordón umbilical del bebé. Más tarde lo secarán y, si el niño enferma, lo rasparán y se lo darán para curarlo. Cuando ya sea un hombre, se lo entregarán para que lo guarde, porque ya podrá cuidar de sí mismo.
Para los Wiwa la placenta es la primera casa del bebé, la madre-mochila que lo guardó y alimentó, aquella que contiene todo lo que necesitará a lo largo de su vida. Siempre que requiera algo, incluso cuando ya sea un adulto o un anciano, con el pensamiento se volverá a ella para sacarlo y dárselo. 
El líquido y la placenta serán necesarios en el bautizo.