Antes, los matrimonios de los Ette Ennaka los concertaban los padres de ambos novios. Cuentan también que en otra época el novio iba a casa de la novia y la pedía en matrimonio al hermano de la novia. Este la llamaba y ella rechazaba cualquier unión, pero el joven regresaba tres días después para saber si ella había cambiado de parecer y generalmente el hermano de la muchacha le decía que así era. Entonces el novio le contaba al hermano cuáles eran sus bienes y habilidades, cómo le iba de bien en la caza y los cultivos, y cuando el hermano lo aceptaba como parte de su familia el matrimonio ya era una realidad. Tras una fiesta, la pareja empezaba a vivir en la casa de la mujer, mientras ambos construían su propia vivienda cerca de allí. Si ella se embarazaba, seguía las recomendaciones de Yaao y evitaba comer algunos alimentos y mirar ciertos animales o las nubes, así contribuía al buen desarrollo de su bebé. Luego, cuando ella sentía que a este le llegaba la hora de nacer, salía de casa, se arrodillaba sobre la tierra y con el apoyo de sus hermanas le ayudaba a llegar a este mundo. Tras cortar el cordón que lo unía a la madre con una astilla de bambú, una de las tías del niño enterraba la placenta y la astilla allí donde el bebé había nacido. Y después iban todas al arroyo, donde la madre y el bebé se bañaban. Más tarde volvían a casa y tres días después llegaba el primer gran momento de la vida del bebé: su bautizo. Una hermana o un hermano de la madre le daban entonces el nombre de un animal o de una flor y su mamá ofrecía chicha a los parientes que había invitado para celebrar ese día. El bautizo señala cuál será la vida de la persona. La madre cuidaba al bebé durante el primer año, lo alimentaba con su pecho y lo arrullaba en la hamaca. Después, ella se dedicaba a su oficio artesanal y a la preparación de los alimentos, y cedía al padre el cuidado de los niños entre los dos y los cinco años. El padre lo bañaba y alimentaba, sabía cómo cantarle y mecerle en la hamaca, mientras agitaba con suavidad la maraca de totumo para consolarlo o arrullarlo con el sonido de las piedrecitas y las alas de escarabajo que sonaban dentro. Así, al compartir el tiempo y los cantos, le enseñaba sus tradiciones y su lengua, el ette taara. Desde pequeños los niños aprendían que hombres y mujeres no comparten todos los espacios. Al comer, por ejemplo, ellos lo hacían dentro de la casa y antes que ellas, que preferían hacerlo afuera, cerca del fogón. También aprendían que tienen distintos oficios. Hoy el hogar continúa siendo formado por la pareja, que tiene el compromiso de criar a los niños, sean hijos propios, sobrinos, primos o nietos. Hablan entre sí y con ellos, les encomiendan algunas tareas y los invitan a acompañarlos en todas las actividades que realizan. Así no solo aprenden un oficio sino que se apropian de su cultura. Al llegar a la edad en la que dejaban de ser niños, la familia preparaba una gran fiesta en la que las tías cortaban el pelo a las pequeñas y les daban su nombre definitivo, el que había pensado su madre porque en su familia ya había sido el nombre de alguien, un nombre que debía guardarse en tal secreto que nadie debía pronunciarlo, ni siquiera el mismo bautizado. Lo mismo hacían los tíos de los muchachos con ellos. El cabello cortado se distribuía entre los familiares presentes, que lo conservaban. Cada familiar le daba a la persona bautizada un nombre que todos conocían pero que ella no debía pronunciar. Ahora las parejas se unen y separan según sus deseos o se casan con personas que no pertenecen a su pueblo, dejan a un lado costumbres como las descritas y su lengua… Pero muchos Ette Ennaka piensan que es importante volver a practicar algunas de estas tradiciones, así garantizan la continuidad de su pueblo.