El corregimiento de La Pedrera es un asentamiento que funcionó como lugar de acceso a la industria cauchera durante el siglo pasado. Debido a ello, se convirtió en un centro de comercio e intercambio social, económico, cultural y simbólico que permitió la llegada de las etnias ubicadas a lo largo del río Caquetá. A principios del siglo pasado, en compañía de un colono vallecaucano de Jamundí llamado Salvador Perea, los Karijona llegaron allí y ubicaron su maloca en los predios que hoy ocupa el internado misional de La Pedrera. Sin embargo, por diferentes epidemias, la población karijona de La Pedrera disminuyó considerablemente, lo cual redujo su riqueza cultural y llevó a la pérdida total de la maloca. 

De los descendientes Karijona que habitan hoy en la Pedrera solo dos abuelos hablan la lengua y poseen el saber cultural y tradicional de esta comunidad indígena. Lucía Karijona es «una de esas abuelas sabedora». Ella vive con una de sus hijas al costado norte del río Caquetá, cerca al corregimiento. Años atrás fue profesora de la lengua y la cultura karijona en la escuela de Curare, y ha trasmitido parte de este legado a su descendencia. Por ello, dos de sus hijas, a pesar de que conocen poco la lengua, trasmiten algunas prácticas culturales, como los bailes.

Hernando Perea Karijona es el otro «abuelo sabedor». Él tiene su casa en Curare y una chagra para su familia en las cercanías al resguardo, a la que se puede llegar adentrándose por la selva o dirigiéndose por una quebrada. Actualmente Hernando trasmite la cultura y lengua karijona a los niños y niñas de la escuela comunitaria de Curare los Ingleses.

Como la mayoría de las etnias que comparten resguardos en La Pedrera, los abuelos karijonas basan su economía en el cultivo de hortalizas y yuca amarga, actividad que complementan con la pesca y la caza. Dada su avanzada edad, sus familiares les ayudan en estas labores.