Cuentan los Kamëntšá que al comienzo de los tiempos, cuando la muerte y la vida, el todo y la nada se pusieron de acuerdo, la anaconda, la gran serpiente, guardó todo su saber en dos plantas: el yagé y la shishaja. 
El yagé se lo dio a su hijo, el Jaguar, para que lo sembrara en las tierras bajas del Pacífico y la Amazonia. La shishaja se la entregó a su sobrina Shiginquillanga, quien la cultiva en los páramos. 
Los Kamëntšá creen que el yagé o ‘bejuco del alma’ es una planta sagrada. Con ella los taitas, chamanes o médicos tradicionales, cuidan su salud y limpian su espíritu.