Para los Embera Chamí de la comunidad Portachuelo, en el resguardo Cañamomo Lomaprieta, la alfarería es una pasión, un oficio que los padres enseñan a los hijos desde hace cientos de años. Al comienzo los niños juegan con el barro para sentir entre los dedos su frescor, pero a partir de los cinco años lo tradicional es que aprendan a realizar el oficio. 
Cuenta Rubiela Ladina Vargas que ella empieza a enseñarles en el hogar de ICBF donde trabaja y que, como sus abuelos, la gente del resguardo saca el barro de la mina El Barrial, después de bendecirla tres veces para no caerse adentro. Luego, cargan el barro en canastas que llevan en la espalda, lo dejan asolear por tres o cuatro días y lo apilan, ciernen y mezclan con agua. Entonces sí lo amasan y le dan forma: de cayanas para asar las arepas, de ollas frijoleras, candeleros o alcancías… Dejan las piezas al sol por tres días, las frotan con tierra de otro color, para que queden con distintos tonos, y las meten al horno, donde las cocinan por dos horas, alimentando el fuego con guadua. Al final, usan las piezas o las llevan al mercado… aunque cada día venden menos porque ahora la gente ya no cocina en ollas de barro, como cuando Rubiela era una niña. Y por eso cuando son mayores muchos Embera ya no siguen con este oficio.
Para que no se pierda la tradición de la alfarería, los Embera Chamí del resguardo Cañamomo Lomaprieta celebran desde 1964 la Fiesta de la Olla cada dos años, siempre en diciembre.