En el principio, el mundo era una maloca con un río en su interior. Pero Ɨhpó Kõãkjun, dios trueno, abuelo del universo, decidió acabar la maloca y volver a empezar: creó Dia Ajpenkõ Wɨˈɨ, la casa del río de leche. Allí hizo aparecer la cuya de la vida y fue a buscar la esencia de la vida para darle forma a su creación. En todo el universo encontró el corazón de los Desana, los Dehkoli Mahsã, gente del espacio. En la tierra encontró el corazón de los Tucano, los Yepá Mahsã, gente tierra. En el agua, encontró el corazón de los Pinoa Mahsã, gente pez. 

El abuelo puso cada uno de los corazones
en la cuya de la vida y sopló en su interior el humo de tres cigarrillos: el de la transformación, el de la leche y el del agua. Tapó la cuya y, después de un tiempo, vio que dentro algo se movía sin parar. La tapó de nuevo y empezó a rezar. Al poco tiempo, sacó a sus tres nietos de la cuya y los llevó al lago de leche. Entonces hizo aparecer unos bancos para que sus pequeños descansaran. Allí pensaron y reflexionaron, los bancos pasaron a ser el sustento de la vida y de la sabiduría. 

Antes de enviar a sus nietos al centro de la tierra, Ɨhpó creó una gran canoa —que en realidad era una anaconda— y la llamó Pamulin Yuhkɨsale o canoa de transformación. Encomendó a Keney —el primero de los Pinoãmahsã— dirigir la canoa y le aconsejó usar el bastón de mando para medir la tierra y encontrar el camino. Así lo hizo y con los nietos recorrieron 164 casas; algunas de transformación y otras de tristeza. Luego remontaron las desembocaduras de los ríos Amazonas, Negro y Vaupés. En ellas usaron el bastón y continuaron buscando por el río Papurí, por donde llegaron a la Hedi Wu’u, la casa del suspiro; la última casa del gran viaje y el centro del mundo de los Pinoãmahsã. Aquí se sintieron bien y suspiraron aliviados.