En 1988, un grupo de Nʉkak llegó a la población de Calamar, Guaviare. Venían semidesnudos, con sus caras pintadas y su cabello rapado; ni los colonos ni los indígenas de las cercanías entendían su idioma. Además, estaban enfermos, tenían gripa. Pero igual que ocurrió cuando los europeos llegaron a América en 1492, para estos indígenas la gripa era fatal: morían. Durante los primeros cinco años que siguieron a este encuentro, cerca del 40 % de los Nʉkak murió de gripa y otras enfermedades que son comunes para el resto de los colombianos, pero para las cuales ellos no tenían defensas.
Hasta ese año, los Nʉkak habían permanecido aislados de los demás porque así querían permanecer. Temían a los colonos que cada vez más se adentraban en su territorio: la selva que hay entre los ríos Guaviare e Inírida, en el nororiente del departamento del Guaviare. Los Nʉkak creían que los colonos eran tan violentos como los caucheros que a comienzos del siglo XX esclavizaron y mataron a miles de indígenas para exportar el caucho de la Amazonia. Además, pensaban que eran caníbales, es decir, que se comían a otras personas. Sin embargo, su encuentro con algunos de ellos y, desde 1974, con los misioneros de la organización estadounidense que evangeliza a los indígenas Nuevas Tribus, que les habían dado herramientas y medicinas, les convenció de lo contrario. Por eso empezaron a tener encuentros esporádicos con ellos, a compartir alimentos, a confiar… y así contrajeron la gripa.
Aquel día en Calamar, esos Nʉkak llegaron huyendo de la gripa, que ya había dejado muertos, y buscando medicinas.
Los campesinos también temían a los Nʉkak. Pensaban que eran caníbales. Sin embargo aquel día se aproximaron. Desde entonces el Estado Colombiano los reconoció como otro pueblo indígena del país, como los últimos nómadas de la Amazonia en ser contactados.
 
La enfermedad y el conflicto armado hicieron que luego otros grupos de Nʉkak llegaran a poblados del Guaviare. El Estado declaró el resguardo Nʉkak en 1993 y luego lo amplió.