Antes, los Jiw vivían en casas grandes o malocas, llamadas sortabá. Hasta veinte personas de una familia colgaban sus chinchorros en ellas; los niños arriba y sus papás debajo, cerca del fogón que los calentaba. A veces dormían en el suelo sobre esteras de palma. Su sueño era tranquilo pues las hojas que usaban para techar las sortabá despedían un olor que alejaba los zancudos. Allí tomaba las decisiones el consejo de ancianos, que tenía en cuenta la opinión de las otras personas de la comunidad, y los médicos tradicionales. Decidían, por ejemplo, la ubicación y trabajo en un nuevo cultivo cercano a donde se trasladarían todos luego de ocupar un sitio por cinco años, a dónde ir en verano o cómo organizarse para hacer una fiesta.
Hoy las viviendas son rectangulares, como las de los campesinos, con piso de barro y tejado de zinc y hoja de palma; la mayoría sin paredes. Además, “debido a la influencia religiosa de indicar que vivir todos en una sola casa es algo mal visto, por eso cada núcleo familiar ha establecido su pequeña casa” (Resguardo…, 2005).