Los padres no suelen regañar a sus hijos, ni gritarles, de hecho una de las peores enfermedades de los niños es la del susto, que los deja ‘quietitos, nerviosos’. Desde los tres años, cuando los niños hacen algo indebido las madres los aconsejan sobre el comportamiento adecuado y les inculcan el respeto, la paciencia y la importancia de mantener la unidad familiar. Este consejo se da generalmente en la noche, alrededor del fuego, cuando pasa la necesidad de aprovechar cada instante del día en las distintas labores y se prepara el sosiego del sueño. Los Kamëntšá son hospitalarios, amables y pacíficos. Valoran el respeto, la honradez y la reciprocidad, que tradicionalmente se practica mediante el enabuatëmbayënga o ‘apoyo mutuo’ mediante el cual las familias construyen casas, preparan festividades y ceremonias.