Cuentan los abuelos que, al comienzo, el mundo estaba bañado en agua y que ƚrɨntsik, una esmeralda, chupó toda el agua con su largo pico e hizo que los Totoroez pudieran vivir. Los Totoroez llaman esmeraldas a los picaflores, animales sagrados que no pueden matar ni comer porque los salvaron.
También cuentan los abuelos que, cuando los españoles llegaron, los curas les decían a los indígenas que si trabajaban en Semana Santa los palos sangrarían y los animales hablarían. Muchos Totoroez les hacían caso pero otros no creían en la nueva religión. Dicen los abuelos que en una Semana Santa, los que no creían en el dios de los cristianos madrugaron a trabajar en donde hoy queda la laguna de Calvache, pues allí los españoles querían construir la ciudad de Popayán. Nada más salir de casa, cantó el chiguaco, la mirla negra, un presagio de que les iría mal. Pero ellos siguieron adelante y al llegar a Calvache se pusieron a trabajar. De repente, todo empezó a llenarse de agua, lo que estaban construyendo se derrumbó y los indígenas se convirtieron en ranas. De pronto, salió una serpiente y empezó a comérselas. Solo dos ranas sobrevivieron y escaparon hasta el cerro de Gallinazo, donde se convirtieron en piedras, una mirando hacia el occidente y la otra, al oriente. Pero antes de volverse piedras procrearon a los Totoroez.