Antiguamente, cuando no había sol, una vez un niñito le dijo a su madre que iba a bañarse al río, pero en vez de bañarse regresó a casa sin que ella lo viera. Cuando ella fue a buscarlo al río y no lo encontró, pensó que se había ahogado y lloró mucho. Volvió a casa, volvió al caño y entonces lo vio. Cuando le preguntó por qué no lo había visto antes, él le dijo que se había caído al caño y le pidió que volviera a casa y quemara una olla. A la mamá esto le pareció raro y le preguntó qué le pasaba. Él le respondió que ya no era un niño sino un muchacho. Ella le hizo caso, le llevó comida y le avisó cuando la olla estuvo quemada. Entonces él le dijo a su padre que hiciera un gran fuego en el patio y que pusiera allí la olla porque él se iba a meter en ella. Los papás estaban muy tristes, pero hicieron lo que les pidió. Ya dentro de la olla, les exigía que avivaran el fuego más y más y más... Su cuerpo se quemaba mientras él tocaba una flauta roja que sonaba muy bonito. De repente, la olla reventó y salió un vapor muy grande. En ese vapor el niño se convirtió en sol. Se aclaró el mundo. Las tinieblas desaparecieron. El sol anda en ese vapor caliente y va también donde los Korebajʉ. El niño se llama Usuu.