Cuando un hombre y una mujer jóvenes deciden fundar una nueva familia viven primero con sus padres, así se acercan más a los hermanos y padres de sus parejas; en este tiempo pueden tener un hijo y solo cuando ella se embaraza por segunda vez él empieza a construir la casa donde vivirán. 

Cuando el tocandero o partero confirma que una mujer Awá está esperando un bebé, ella se ata una cinta alrededor de su vientre para que todos lo sepan. En su comunidad consideran que ella ha entrado en un momento “delicado” en el que puede perder a su bebé por influencia de los espíritus malignos que hay en el monte y en el río. Meses después, cuando el tocandero le da un masaje que ayuda al bebé a acomodarse para nacer, la mujer entra en un estado “peligroso” en el que ella y su hijo son especialmente vulnerables a esos espíritus; por eso en el último mes de gestación, especialmente dos semanas antes del parto y hasta dos semanas después de haber dado a luz, ella y el padre del bebé rara vez abandonan su casa, no van al monte, no llevan cargas pesadas ni consumen pescado o animales de monte, ligados a esos espíritus. Cuando llega el momento de tener a su hijo, la mujer no está sola. Ella está en casa y la acompañan el tocandero, que por lo general es de la familia, y el papá del bebé, que así le transmite su fuerza y la protege. Ella se pone de cuclillas, cerca del suelo, y se apoya en una vara para pujar hasta que el bebé nace. Entonces, el papá corta el cordón umbilical que une al bebé con su madre y luego entierra la placenta, que para ellos es la piel muerta del bebé, cerca de la casa. En las dos semanas que siguen, los tres deben protegerse de los espíritus, que pueden intentar arrebatar la vida del bebé, a quien no se considera humano todavía pues tiene demasiado de los espíritus, de los antepasados. Para luchar contra los espíritus, la casa permanece en silencio, de noche hay siempre una luz encendida (así no viene La Vieja, ladrona de almas) y papá y mamá permanecen en casa y solo comen alimentos fríos. Únicamente permiten la visita de los abuelos, la madre de la mujer y un hermano, bien de ella o de él. En el segundo domingo de vida del niño, viene toda la familia y los vecinos a conocerlo y a tomar chicha de maíz o guarapo de caña de azúcar. El niño se llama a partir de ese momento Domingo, este es el primer nombre que reciben todos los niños de la comunidad. Cuando el bebé muestra que oye y ve se le considera humano. Pero solo deja de estar en peligro hacia los 7 u 8 meses, al empezar a hablar. Para que esto ocurra más rápido, su mamá le da uchuvas (physalis peruviana) y no le corta ni el cabello ni las uñas, pues eso podría ocasionarle problemas de habla e incluso que sea mudo. A los cuatro meses de vida, el bebé recibe el ’bautizo de agua‘ y con él un nombre. Al año de nacido viene el ’bautizo del padre‘, o católico, donde recibe el nombre con el que hace su vida como ciudadano colombiano. Ambos nombres son secretos, evitan usarlos delante de personas ajenas a sus comunidades. Prefieren que se les llame de otro modo o con su título de parentesco: hermano, primo, tío, padre, abuelo... Hasta el año y medio de vida, al bebé se le llama paspha cuna, que quiere decir niño tierno, y permanece con su madre casi todo el tiempo: en casa en una hamaca, bien fajado, y si ella debe salir, en una canasta sobre su cabeza. Hacia los seis meses la faja desaparece por largo tiempo y al lado de sus hermanos y su madre el bebé empieza a rodar, gatear, caminar… Cuando esta época termina, ya no recibe más leche de su madre, a menos que tenga problemas de salud. Y comienzan a cuidar de él más sus hermanos mayores que ella, ya ocupada con el siguiente paspha cuna… esto no quiere decir que su madre no le mime y recompense o que no le hable todo el tiempo comentándole cómo se relaciona con el bebé más pequeño. Hacia los dos años, los niños abordan la exploración de su mundo de la mano de sus hermanos; así, experimentan y aprenden por su cuenta, ganando en independencia, si bien aún no tienen responsabilidades que deban atender. Entre los tres y los cinco años de edad emprenden su aprendizaje formal de los trabajos a los que pueden contribuir. Llevan leña, aprenden a cocinar, a pescar; recogen y llevan los frutos que puedan cargar, ponen trampas, cazan pequeños roedores y asumen el cuidado de sus hermanos más pequeños: les ayudan a defecar y orinar fuera de casa, a limpiarse, vigilan para que no se lastimen… Los padres evitan el castigo físico pero les exigen dar lo mejor de sí mismos; si esto no ocurre o el niño muestra mala voluntad no se le premia, más bien se le sanciona negándole algo; si lo han hecho muy bien se les recompensa a la hora de comer. Entre los seis y los 15 años los Awá aprenden a ser adultos: son responsables de sí mismos y también de sus hermanos. Los papás orientan a los niños en los oficios propios de su género (la agricultura, la cacería, la pesca) y las mamás a las niñas (cocinar, lavar ropa, sembrar la huerta, cosechar el maíz, cuidar los animales). Además, van a la escuela, lo que no los exime de hacer sus oficios antes y después de cumplir su jornada. Los abuelos y las abuelas son muy importantes en esta etapa y a lo largo de la vida de los niños: son quienes transmiten las tradiciones de los mayores y les acompañan a vivir. Al terminar este periodo, a los 16 años, ellas reciben el mismo nombre que la flor del maíz: “señorita” y están listas para formar sus propias familias.