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Primero, quiero saludar. Mi papá contaba que el hombre venado parecía un joven, y que la hija del patrón se enamoró de él. En ese tiempo, el venado era peón y se enamoró de la hija de la patrona. El hombre venado era joven y el patrón lo buscó para ser peón. Cuando el joven venado le dijo “Me falta plata para salir”, el patrón le respondió “Bueno, yo le ayudo”, pues no sabía que estaba enamorado de su hija. Al joven venado le brillaban los ojos como granos de maíz, eran bien claros, brillantes. Como era hijo de un venado, el joven se transformaba pero era bien ojizarco, bonito, lindo y la bolita del ojo era bien zarca y bonita. El joven venado estuvo dos días en la casa del patrón. Se quedó porque la hija del patrón era muy bella. Pero la madre de la joven sospechaba cuáles eran sus verdaderas intenciones. El lunes y el martes, el patrón convidó al joven venado a trabajar. Entonces, este se terció el machete en la pierna y se fue con él. Cuando el patrón llegó a la huerta, encontró una plaza de fríjol y una plaza de choclo, del bueno, bien amarillo, jecho, que se iba amarillando encima de los helechos. Esto hizo que estuviera contentísimo con ese peón. Por la tarde, llegó el joven venado a la casa, se sentó y dijo: —Uff, estoy cansado, hice mucho el día de hoy. El patrón le respondió: —Pobrecito, ha llegado cansado. La esposa regañó a la hija y esta le dijo: —Dale de tomar café, que llegó bien cansado; dale de comer a mi peoncito y cuando termine déjalo que vaya a dormir a la cama porque está muy cansado. Después de esto, los papás de la muchacha se dijeron: “El peón enamoró a nuestra hija”. El joven venado parecía animado, tomaba desayuno e iba a trabajar, lo que hacía feliz al patrón. El joven se había convertido en su peón preferido porque siempre parecía estar trabajando. En este momento ya la hija del patrón le cocinaba y lo trataba como su novio. El patrón, pensaba que el hombre venado trabajaba, pero un día fue a mirar y ¡mentira!, no lo hacía. Se dio cuenta porque el fríjol siempre se va corriendo por el helecho, envolviendose en el maíz, y cuando él puso las manos en el helecho, este se asentó porque no había fríjol. Luego, vio las huellas del helecho aplastado y ahí supo que el hombre venado no trabajaba, solo se comía el cogollo y el fríjol. Mientras el joven dormía, el patrón lo revisaba, debían ponerle cuidado para ver si era venado o gente. El patrón decía que debían mirarlo bien para saber qué era. Entonces el patrón dijo: “¡Carajo! Tiene pelo y el pelo es pura lana de ovejo, sus ojos son como un espejo clarito y su pelo es mono. ¡Nunca fue un joven!, siempre fue un venado”. Ya habían pasado quince días y había bastante trabajo, pero para el joven venado solo habían pasado tres. Un día, el patrón le dijo a su esposa: —Voy a atalayar a ese contratero, me voy a asomar a la huerta. Y cuando llegó dijo: —¡Carajo! No ha hecho nada, lo que ha hecho es comerse todito el cultivo de fríjol. Los helechos estaban secos, no había nada de fríjol, el hombre venado se había estado comiendo la punta del fríjol y quebrando la planta. El patrón había seguido dándole de comer al joven venado porque era el contratero del dueño de la huerta, pero decidió que al día siguiente lo tenían que sacar. Al siguiente día, el patrón se dijo “Hoy sí voy a acabar el contrato”. Ese día calentó durísimo el sol. El patrón alistó el machete, que estaba bien afilado. Cuando estuvo listo, le dijo a su mujer: “Me voy a ver al contratero a ver si es que acaba con esto”. Cuando subió a la huerta dijo: “¡Carajo! Esto no ha sido trabajado”. Vio al venado dormido encima de una horqueta de palo, con su hija. Le había echado la mano encima, abrazándola. El joven venado estaba durmiendo y botaba baba por los lados, la hija del patrón también. Mientras el joven venado dormía, el patrón le puso cuidado a los pelos, le daba y le daba vuelta para comprobar que no era gente, que siempre había sido venado. Miestas el patrón los veía dormir abrazados, pensaba, “¿Qué le haré a ese contratero?, ¿será que lo mato o no?”. El venado, abrazado a la muchacha, después de haber acabado con todo el fríjol, suspiró. En ese momento, el patrón se llenó de rabia, tiró su ruana y dijo: —¡Carajo! Voy a matar a mi yerno, pero él no es mi yerno, es un venado. El patrón, sin dejarse ver la cara, se contuvo de hacerle daño al venado mientras lo atalayaba y cuando le vio el ojo bien pelado le dio su machetazo, lo golpeó en la nuca y le cortó la cabeza. La cabeza voló lejos. Mientras agonizaba, el joven venado pateó a la hija. Ella lloraba y le decía al papá: —¿Por qué, papá, por qué mataste a mi hombre? Entonces, el patrón y su esposa se dieron cuenta de que habían cometido un error porque el joven venado era un espíritu de la montaña que estaba detrás de su hija.