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Había un hogar feliz en el que vivían una pareja de esposos y el hermano menor de la muchacha. El esposo era cazador y solía ausentarse por largo tiempo pues era el sostén de su casa. Procuraba cazar diferentes clases de animales pues estaba elaborando un manto grande, largo, en el que cada vez que llegaba de cacería pegaba pelos y plumas de los animales cazados, y como eran tan variados en sus colores el manto parecía la piel de un tigre. A punto de terminar el manto debió salir de cacería porque le faltaba la piel de una presa para adornarlo, pero antes de irse le dijo a su esposa que el manto era sagrado y que nadie debía tocarlo, ni siquiera su cuñado. Se lo dijo porque sabía que el muchacho no respetaba las cosas ajenas y confiaba en que su esposa sabría impedirle que lo cogiera. Poco después varias jovencitas de la comunidad estaban bañándose en la quebrada como de costumbre. Estaban muy contentas porque habían cortado un bejuco que estaba colgado al pie de un barranco y así se podían balancear y tirar al agua. El cuñado del esposo las vio y corrió a la casa a ponerse el manto sagrado. Cuando su hermana lo vio, él le dijo: “Oye, hermanita, me estoy poniendo el manto prohibido de tu esposo solo para hacer una broma”. Ella le dijo que no lo hiciera, que se lo quitara porque su esposo le había advertido que nadie podía tocarlo. Sin embargo, él no hizo caso; terminó de ponerse el manto y se fue. Cuando llegó a la quebrada, se tiró al agua. Solo quería jugar y asustar a las muchachas, pero terminó matándolas. Después, arrepentido por haber cometido semejante masacre, regresó a la casa y le rogó a la hermana que le quitara el manto porque se sentía culpable. Ella lo reprendió muy fuerte e intentó quitárselo pero no pudo. Ya no se podía quitar porque se había convertido en su piel. Desesperado, el muchacho se fue al monte a buscar a su cuñado, que ya regresaba de la cacería con los adornos que necesitaba para terminar el manto. Cuando lo encontró, le dijo: -¡He cometido un grave error, desobedecí a su palabra! ¡Quíteme este manto por favor! El señor le contestó: -Yo le advertí a su hermana que no dejara que nadie se acercara a tocar el manto porque conocía el poder que había en él y ¡usted ha desobedecido! Llorando, el muchacho le volvió a suplicar que le ayudara a quitarse el manto de encima, pero ya no se podía. Entonces el señor, descargando todo lo que traía en sus hombros, le dijo: -¡Vaya por todo el mundo y recórralo hasta donde sea posible! Tras este consejo sabio sopló a los cuatro vientos del universo para que se fuera a sobrevivir en la selva. Y él se fue, convertido en el mayor de todos los tigres de la selva. Cuando el señor regresó a casa regañó a la mujer: -¿Por qué no le avisó a su hermano lo que tanto insistí: que nadie tocara el manto, especialmente él? -Yo le dije y hasta lo reprendí, pero no me hizo caso, ¡fue muy desobediente!