Antes de cumplir dos años, un bebé kamëntšá permanece envuelto para que crezca derecho y sea forzudo. Su madre le da el pecho y a veces, en secreto, le soba con manteca de oso las articulaciones y los brazos, para endurecerle los huesos, volverlo fuerte y trabajador y darle suerte.
Los padres kamëntšá no suelen regañar a sus hijos, ni gritarles porque piensan que si lo hacen los asustarían. Y una de las peores enfermedades de los niños es la del susto, que los deja ‘quietitos, nerviosos’. Por eso, desde los tres años, cuando los niños hacen algo indebido las madres solo los aconsejan.
Cuando charlan, a los kamëntšá les gusta usar metáforas, exageraciones y burlas, pero no te engañes: ¡son muy ceremoniosos! Especialmente en las ocasiones sociales importantes: cuando se saludan los compadres en el bautizo, los mayores aconsejan a los que se van a casar y en los matrimonios, confirmaciones y funerales.
Los Kamëntšá son un pueblo muy antiguo, razón por la cual no se ha podido establecer el origen de su lengua; esta se denomina aislada porque no está emparentada con otras del territorio nacional. Según el Dane en 2005 eran 4879 personas, de las cuales hablaban su lengua 2280 (MinCultura, 2010).
Si quieres saber más sobre los kamentsa, Pide a los mayores que lean contigo